Era un frío día de febrero cuando entré en la sala de radiología para una revisión anual más, de esas que la mayoría tememos. Conocía bien el hospital; trabajaba allí como enfermera y la familiaridad de los pasillos me brindaba cierta calma. La confianza de encontrarme en mi lugar de trabajo, rodeada de personas conocidas y afines, me hizo sentir segura al acudir sola a la cita, pensando que sería algo rápido, una rutina más en mi vida ocupada. Sin embargo, la rutina pronto se desvaneció, y lo que parecía ser un simple chequeo se convirtió en algo completamente diferente.
Durante una hora y media, me realizaron diversas mamografías y ecografías, y con cada examen, el nerviosismo fue creciendo. Cada vez que la doctora volvía a entrar seria y pensativa y muy profesional, sentía que el miedo se instalaba un poco más en mi pecho, justo al lado del bulto que nada sabía de su existencia. Intenté mantener la calma, repitiéndome lo que siempre les digo a mis pacientes: "Respira, mantente en el presente."
Pero cuando mencionaron la palabra "biopsia," supe lo que eso significaba. Sabía demasiado, y eso no me reconfortaba, sino que llenaba de una angustia que intentaba disimular. Como enfermera, conocía los procedimientos, sabía lo que implicaban los términos técnicos y el lenguaje corporal de los médicos. Mi experiencia profesional no me brindaba alivio; al contrario, hacía que mi mente se adelantara, imaginando todos los escenarios posibles. Después de la primera biopsia, llegaron más pruebas, y luego, otra biopsia. La incertidumbre se prolongaba, y el miedo se intensificaba con cada día que pasaba. Fueron tres meses de espera, incomodidad y dolor físico y emocional en los que el tiempo parecía haberse detenido. Continuaba trabajando, atendiendo a otros
pacientes, con mis cursos programados en el mismo hospital, esto me daba energía y foco en lo que me gusta, aunque el temor nunca me abandonaba.
Finalmente, los resultados llevaron a un nuevo plan: el bulto debía ser extraído para poder darle un nombre definitivo. La cirugía se programó con rapidez. En el quirófano, el entorno que siempre había considerado un lugar familiar y seguro se tornó diferente; ya no era la enfermera, sino la paciente. Todo mi conocimiento no me había preparado para la sensación de vulnerabilidad al acostarme en la mesa de operaciones, mirando las luces blancas del techo. El anestesista se acercó, colocó su mano sobre mi hombro y me pidió que pensara en algo bueno. Cerré los ojos y dejé que mi mente viajara lejos de esa sala. Pensé en las vacaciones junto al mar, en la brisa cálida acariciando mi rostro y en el sonido relajante de las olas rompiendo en la orilla. Sentí el sol sobre mi piel, la arena bajo mis pies, y en ese momento, dejé que la calma me invadiera. Mientras contaba hacia atrás, el mar se fue desvaneciendo poco a poco, como un susurro distante.
Despertar después de la cirugía fue un alivio mezclado con incomodidad. El bulto ya no estaba, pero en su lugar había una cicatriz fresca, una línea visible en mi piel que marcaba el final de una etapa incierta y el comienzo de otra. La recuperación no fue fácil; había dolor, y cada movimiento me recordaba lo que había atravesado. Sin embargo, cuando llegó el diagnóstico final, la palabra ?benigno? iluminó todo el proceso. Esa pequeña palabra disipó el miedo acumulado y dio sentido a la cirugía, al dolor y a la espera. Decidí poner en práctica lo que siempre enseñaba en mis clases de autocuidado. Me enfoqué en lo importante: el presente. Me recordé a mí misma que esta experiencia no era una tragedia, sino una victoria de la prevención. La cicatriz no era solo una marca en mi piel, sino un recordatorio de mi fortaleza, de que el miedo no me había detenido.
Hoy, 19 de octubre de 2024, Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer de Mama, con todo ya en el pasado, esa cicatriz permanece. Es un símbolo de mi resiliencia y de mi capacidad para seguir adelante, un recordatorio de que, incluso cuando la vida nos pone a prueba, podemos encontrar el valor para hacer planes, vivir con intensidad y apreciar cada momento. Porque la vida es frágil, pero precisamente eso la hace más valiosa.
Sé que el futuro traerá más revisiones, controles periódicos que me recordarán lo que he vivido. En cierto modo ya no veo esas citas como una amenaza, sino como una oportunidad para cuidarme, para seguir apostando por la prevención y mantenerme alerta. Cada revisión será un momento para reafirmar mi compromiso conmigo misma, un recordatorio de que la salud es algo que se cuida día a día. Aunque pueda haber cierto temor al acercarse esas fechas, elijo verlas como una ocasión para celebrar la vida y la posibilidad de estar aquí, construyendo nuevos recuerdos y mirando hacia adelante con más fuerza.
Aquel día, en el frío febrero, no imaginaba que lo que vendría después me enseñaría tanto sobre mí misma. Ahora sé que incluso en los momentos más oscuros, podemos encontrar la fuerza para sanar y aprender a llevar nuestras cicatrices con orgullo, como recordatorios de nuestra capacidad de superar y seguir adelante.
A día de hoy, proyectos como "Toca Cuidarme", fundado por mi propia experiencia y compromiso con el autocuidado, la prevención y el bienestar, me recuerdan que mi historia tiene un propósito más grande. Quiero usar mi voz para inspirar a otros, para apoyar a quienes aún se sienten solos y para demostrar que cada batalla, sin importar quién la luche, es valiosa y merece ser contada.
De esta experiencia estoy escribiendo un libro de relatos titulado "El Valor de una Cicatriz", que aborda el cáncer de mama desde distintas vivencias y ángulos. Este relato, el más personal, da nombre al libro porque representa el viaje emocional y físico que implica afrontar la enfermedad. Es un tema crucial que merece toda la visibilidad posible, y a través de estas historias, espero contribuir a que más personas comprendan el impacto del cáncer de mama y la importancia del autocuidado, la prevención y el apoyo mutuo.
Dedicado a todas las mujeres y hombres que han enfrentado el cáncer de mama, y a quienes los han acompañado en su lucha. Que cada cicatriz sea un símbolo de fortaleza, esperanza y vida.